jueves, 14 de enero de 2016

las pasiones prohibidas


El amor entre dos personas emerge de la atracción física en un principio. Del plano físico, va transitando al psicológico y de éste al espiritual. Travesía habitual que va descubriendo la personalidad del otro. El anzuelo del principio suele ser casi siempre físico. Lo he dicho en alguna otra ocasión: el hombre se enamora más por lo que ve, mientras que la mujer se enamora más por lo que oye[1]. A mi entender estos dos sentidos son los que llevan la delantera a todos los demás en esta operación de encantamiento. La vista y el opido actúan de árbitros para dictaminar el rumbo personal de los sentimientos, en la decisiva tarea de elegir y comprometerse.
Amor y sexualidad deben formar un binomio irrenunciable. La vida sexual tiene mucha importancia en la armonía de la pareja. Desconocer esto sería ignorar una de sus principales dimensiones. El amor humano, para que sea auténtico, debe hospedar en su seno tres ingredientes: el físico, el psicológico y el espiritual. El amor es el principal argumento. Alrededor de él giran y se mueven una serie de elementos decisivos de la vida, pero él constituye el auténtico gozne, eje diamantino y centro de operaciones desde el que las demás realidades cobran y reciben su sentido.

Es el modo de entender lo que es el amor lo que perfila nuestra vida. Por eso es básico tener ideas claras en este campo. El amor es el mejor compañero de viaje. Poner amor en las cosas pequeñas de cada día y en las personas con las que nos tropezamos a diario, es una forma sabia y poderosa de actuar. Pero siendo capaces de utilizar la palabra sin degradarla, llamándole al sexo, sexo; al encuentro epidérmico con el cuerpo de otro, instrumentalización sexual de esa persona; y nombrando al verdadero amor, como entrega y donación que procura la felicidad y un mayor grado de libertad.

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